miércoles, 13 de julio de 2016

LAS TIJERAS





No se les había ocurrido nada mejor que alquilar una cabaña en medio del bosque para pasar el fin de semana. La juventud, ya se sabe, tiene estas cosas. Habían llegado en coche al atardecer, y la cabaña, vista desde fuera, tenía un aspecto de lo más tétrico. No resultaba nada acogedora, ciertamente. Parecía uno de esos lugares abandonados de la mano de Dios, en los que seguramente han ocurrido más desgracias de las que uno puede (o quiere) llegar a imaginar. Sin embargo, curiosamente, a los jóvenes les encantó. Eran cinco; dos chicas y tres chicos.
—Está genial —señaló Pablo, saliendo del coche y observándola con aprobación—. ¿No os lo dije?
—Como salida de una película de terror —asintió Iván, maravillado.
Los dos estaban visiblemente encantados. Pablo, de primeras, parecía el líder natural del grupo, atlético y decidido, e Iván ejercía perfectamente de su fiel amigo.
—Chicos, a mí me da algo de repelús —terció Mónica, y sus pechos parecieron agitarse, temblando a la vez que su voz.
—Tranquila, que me tienes a mí —le sonrió Miguel, su novio, y la abrazó con ternura en plan protector. Eran la pareja del grupo. Guapos y enamorados.
—Bueno, supongo que podría estar peor —sentenció Clara con serena resignación, saliendo la última del coche. La intelectual del grupo, pelo corto, aire independiente.
La cabaña resultó ser mucho más espaciosa por dentro de lo que uno podría haberse imaginado en un primer vistazo. No era lo que se dice alegre, desde luego (era tan lúgubre y gris como la vivienda de un psicópata), pero por lo menos estaba muy limpia, sin una mácula de polvo. Que uno puede ser un asesino, pero limpio. Tras recorrer el salón y la cocina, no tardaron mucho en distribuirse; Miguel y Mónica se hicieron con una habitación con cama de matrimonio, Pablo e Iván con una habitación con dos camas individuales y Clara con una habitación más pequeña con una sola cama. Dejaron sus bolsas y enseres y volvieron al salón.
—Sólo hay un baño —señaló Mónica.
—Suficiente —estimó Miguel, sin darle importancia.
—¿Qué hacemos? —preguntó Iván, observando a todos.
—Podríamos dar una vuelta por el bosque —propuso Pablo.
—Está oscureciendo —señaló Mónica.
—Por eso mismo —concedió Pablo—. El bosque con esta luz está precioso, y así, haciendo senderismo, haríamos hambre para la cena.
—Yo paso —opinó Clara—. El hambre me viene sin necesidad de pegarme una caminata.
—Senderismo —corrigió Pablo.
—Lo que tú digas —sonrió Clara—. Pero yo me quedo. Ya saldré a dar una vuelta por ahí por la mañana. Ahora me apetece quedarme y leer un rato.
—Muy bien, tú misma —concedió Pablo—. ¿Y vosotros? —preguntó a la pareja feliz, dando por hecho que Iván estaba de su parte.
—Bueno, si no os importa —se sonrojó Miguel—, nosotros nos quedamos.
—Nos gustaría probar la habitación —dejó caer Mónica, toda sutileza.
—Ay, el amor —sonrió Iván—. Vámonos, anda —le indicó a Pablo—. Que estos no piensan en otra cosa.
—Desde luego —resopló Pablo, muerto de envidia—. Portaos bien —se despidió cucándole un ojo a Miguel.
—Mi chico se suele portar muy bien —comentó Mónica, divertida.
—Gracias, cariño —asintió Miguel.
A punto de salir, desde la puerta, Iván le preguntó a Clara:
—¿Seguro que no vienes?
—Tranquilo —sonrió ella—. Sobreviviré.
Pero se equivocaba.



Clara se encontraba tumbada a la bartola en el salón de la cabaña, leyendo una novela de misterio. Sin embargo, no estaba lo suficientemente relajada como para disfrutar por completo de la lectura. Y eso había que solucionarlo de algún modo. Cerró el libro, se echó la mano al bolsillo de la camisa y sacó un canuto. Lo encendió y lo aspiró hondamente, con cara de plena satisfacción. Mucho mejor así. Cuando abrió el libro de nuevo, todo se congeló. Clara se quedó completamente paralizada, con el libro abierto por la mitad.
Pausa. Rew.
Clara se encontraba tumbada a la bartola en el salón de la cabaña, leyendo una novela de misterio. Sin embargo, no estaba lo suficientemente relajada como para disfrutar por completo de la lectura. Y eso había que solucionarlo de algún modo. Cerró el libro, se echó la mano al bolsillo de la camisa y… fue cortada en dos, limpiamente, a la altura del bolsillo de la camisa, salpicando todo el sofá de sangre escarlata. El torso de Clara y el resto del cuerpo, sin vida de forma súbita, se precipitaron al suelo en silencio.



En su habitación, tumbados en la cama de matrimonio, Mónica y Miguel se devoraban a besos. Eran jóvenes, se querían, y tenían todo el tiempo del mundo. Sin embargo, al cabo de un buen rato de caricias y besos, la pasión les pedía liberarse de sus ropas. Mónica se incorporó ligeramente, excitadísima, y se desabrochó el sujetador de golpe, viendo sus senos la luz, y se liberó de las bragas por completo. Al mismo tiempo, Miguel se bajó los calzoncillos, descubriendo su erección. Fueron el uno hacia el otro… y se quedaron quietos, paralizados.
Pausa. Rew.
En su habitación, tumbados en la cama de matrimonio, Mónica y Miguel se devoraban a besos. Eran jóvenes, se querían, y tenían todo el tiempo del mundo. Sin embargo, al cabo de un buen rato de caricias y besos, la pasión les pedía liberarse de sus ropas. Mónica se incorporó ligeramente, excitadísima, y… fue atravesada a la altura del pecho y a la altura de la cintura, en dos tajos secos y limpios, salpicando de sangre toda la cama. Al mismo tiempo, Miguel fue cortado en dos a la altura del ombligo: la sangre brotó como de un surtidor.



El hecho de caminar, aunque se le denomine “senderismo”, resulta igualmente aburrido. Así que, al cabo de un breve paseo por el bosque, Pablo e Iván emprendieron el regreso hacia la cabaña. Cuando ya distinguían la silueta de la cabaña, recortándose en lontananza, a Iván se le antojó una imagen muy cinematográfica.
—¿No te sientes, a veces, como si estuvieras en una película? —preguntó Iván.
—¿En una peli? Tú alucinas, tío —bufó Pablo—. Vaya gilipollez más grande, joder. ¿Eres un mamón o qué?
—Vale, vale, no te pongas así. Era sólo una idea.
—Sólo una idea, sólo una idea… —remedó Pablo, y de repente se quedó completamente quieto, como petrificado. Todo se paralizó.
Pausa. Rew.
—¿No te sientes, a veces, como si estuvieras en una película? —preguntó Iván.
—¿En una peli? Tú alucinas, tío…
Y de pronto el cuello de Pablo fue cortado de cuajo, segado limpiamente, y la sangre a borbotones salpicó a Iván de lleno. La cabeza por un lado y el resto del cuerpo de Pablo por otro cayeron a tierra blandamente.
—Dios mío —musitó Iván sin comprender, perdido de sangre.
Su amigo había sido decapitado en cuestión de un segundo. ¿Quién o qué lo había cortado? Le había parecido vislumbrar un brillo metálico, un destello de algo enorme, como unas tijeras gigantescas, pero todo había sucedido demasiado rápido.
Aterrado, sintiendo la amenaza del bosque sobre sus hombros, Iván corrió hacia la cabaña como alma que lleva el diablo. Abrió la puerta de golpe y nada más entrar se encontró el cadáver de Clara en el salón, cortada en dos a la altura del pecho. La sangre en el suelo creaba un curioso dibujo en abanico. Las piernas de Iván flaquearon, se vino abajo, y le faltó un pelo para vomitar. Sobreponiéndose a la terrible imagen, y temiéndose lo peor, abrió la puerta del cuarto de la pareja, y se encontró en la cama los cuerpos sin vida y troceados de Miguel y Mónica. Vestidos, eso sí. Con ropa interior al menos. Al parecer, no habían llegado a culminar sus relaciones.
Iván observó los cuerpos de hito en hito.
—Dios mío —musitó—. ¿Qué coño ha pasado?
Y se quedó congelado.
Pausa. Rew.
—Dios mío —musitó de nuevo.
Y las tijeras del censor lo cortaron por la mitad.


"Las tijeras" es un relato perteneciente al libro "Los soñadores" (Pregunta, 2016).

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