viernes, 29 de junio de 2012

ANTOLOGÍAS HONRADAS CON MI PRESENCIA (52)

"Fábula, Revista Literaria" (Número 14, Otoño de 2004) contiene textos de los siguientes autores: Andrés Neuman, Vicente Gutiérrez Escudero, David Moreno, Orlando Víctor Pérez Cabrera, Beatriz Cámara Lapuente, Rocío Cantarero, Jorge Maifud, Ignacio Sanz, José María Cumbreño, Juan Manuel Jaramillo, Roberto Malo, Saúl Fernández, Beatriz Carnero, Carmen Planchuelo, Ricardo Mora, Óscar L. Rodríguez, Suso de Toro, Luis García, Fernando Iwasaki, Javier Tejada, Dámaso López García, Diego Marín y Jacinco Coronado.

Yo participo con el relato "Por ella".


miércoles, 27 de junio de 2012

BILLETE MORTAL




Zaragoza.
1984.
Raúl sube a un autobús de la línea 40.
Raúl es un muchacho de catorce años que todas las mañanas toma este transporte (cuando no hay huelga) para ir al colegio. Estudia octavo de EGB, aunque eso de “estudia” entre comillas.
Al entrar paga el dinero y coge el billete de autobús correspondiente. Treinta pesetas vale el viaje. Es un robo, pero sube de precio tan rápido que no tienes tiempo de quejarte.
Voy a sumar las cinco cifras del billete, se dice a sí mismo, a ver qué número resulta.
Suman treinta y cuatro.
No le dice nada ese número, pero espera que le ocurra algo especial al treinta y cuatro de la lista de clase.

Y sí que le pasa algo raro, aunque no muy bueno, la verdad, ya que el treinta y cuatro de la lista se fractura la muñeca en la clase de gimnasia.

Al día siguiente, al volver a subir al autobús, Raúl vuelve a contar los números.
Suman veintiséis, se dice. ¿Qué le sucederá?

Nada más llegar al colegio, Raúl se entera de una noticia terrible. Alfonso, el número treinta y cuatro de la lista de clase, ha muerto. El día anterior ha tenido un accidente de coche, unas horas más tarde de haberse ido del colegio. Viajaba con sus padres, que resultaron heridos, pero sólo él murió.
Raúl piensa entonces que quizás el significado del billete era éste. Ayer salió su número y ayer murió.

Alfonso era un gran chaval. A Raúl le conmueve bastante su muerte. Piensa bastante en ello; parece increíble que se muera una persona cuando has convivido con ella mucho tiempo. De alguna manera, no te lo llegas a creer.
Su tristeza, desde luego, es enorme, grandísima, pero aumenta por la tarde al morir Javier, el número veintiséis de la clase, por una caída tonta por las escaleras.
Raúl no puede dar crédito; dos compañeros perdidos en dos días, y para colmo coincidiendo con la suma de los números del billete.
¿Simple casualidad, o un maleficio por culpa mía?, se dice, ¡Maldita sea!, ¿cada vez que sume las cifras del billete va a morir alguien?

A la mañana siguiente, no se atreve a contar las cifras, ni siquiera a mirarlas; tienen algo demoníaco. Sobre él pesa la causa de las muertes sintiéndose tremendamente culpable. Además, el autobús le lleva al cementerio, al entierro de los dos compañeros, y con dos muertos es suficiente.

Sin embargo, dos meses después, una tarde a la vuelta del colegio, Raúl se pone instintivamente a contar las cifras del billete. Al sumarlas le da veintiocho. ¡Es él!
¡No! ¡No puede ser!, grita aterrado.
Sale a trompicones del autobús, bajando las escaleras de un salto. Y una vez en el suelo, sin recuperar fuerzas, comienza a correr velozmente en dirección a su casa. Es el único lugar seguro.
Corre como un loco. Hay que verlo; parece que así pueda batir todas las marcas. Él no piensa, no razona, sólo corre. Por cada segundo que pasa, se da más cuenta de lo lejos que está su hogar.
No tiene noción del mundo; sólo se dice que no quiere morir. La gente lo mira extrañada al ver cómo corre.
Se acerca a un cruce. El semáforo está verde y él está algo lejos. El semáforo se pone amarillo. Él se acerca, se acerca. El semáforo se pone rojo. Los coches arrancan. Ya no es momento de pasar.
Pero él pasa. Pasa a una velocidad tal que los coches casi ni lo ven. Algunos, eso sí, frenan extrañados por algo que ha pasado.
Cuando la gente lo ha perdido de vista, todavía siguen comentando: ¡Cuántos locos hay sueltos! ¡Qué poco sentido tiene ese chico! ¡Habráse visto! ¡Qué manera de correr! ¡Seguro que ha robado algo! ¡Es que van como locos!
Pero él está lejos de esto, está a cincuenta metros de su casa. Y sigue corriendo a la misma velocidad; es más, ahora al verla cerca, casi corre con más ganas.
Le quedan unos treinta metros.
No se fija ni en las personas ni en los vehículos. No se fija en nada, sólo en su querido hogar; eso sí, observando el suelo, vigilando sus pasos.
Diez metros.
Ya la tiene ahí. Con los brazos abiertos, le aguarda su casa.
Llega al pasaje donde se encuentra. Se detiene en seco, frenando ya su carrera, y camina lentamente hacia la puerta, como saboreando el tiempo. Se encuentra frente a la puerta-calle. Se ve reflejado en los cristales de ella. Tiene el aspecto tranquilo, aunque hace unos segundos no hubiera podido decir lo mismo. Saca las llaves. Abre la puerta y entra; siente alivio.
Como si estuvieras en tu casa, se dice a sí mismo.
Llega hasta el ascensor y pulsa el botón de llamada. El ascensor baja. Raúl recuerda una película y decide subir andando.
Empieza a subir las escaleras despacio, muy despacio. De pronto se estremece. Baja hacia él un hombre sucio con aspecto bastante inquietante; tiene además una mirada terroríficamente inquisitiva. Raúl no suelta un alarido de puro milagro (más que nada porque se ha quedado sin habla). El personaje pasa de largo. Raúl respira profundamente. Casi se ha meado encima. Sube corriendo los escalones; de dos en dos, de tres en tres. Llega. Tiene la puerta delante. Saca rápidamente las llaves y se le caen al suelo. Las recoge al primer bote e intenta meterlas en la cerradura. Está muy alterado, pero consigue introducirlas. Da dos vueltas y abre. Tiene la puerta abierta delante de él. La empuja suavemente y entra. Entra en su querida y deseada casa. Cierra la puerta y observa, simplemente observa. Está donde desde hace bastante tiempo quería estar.
Está solo. No están sus padres. Le han dejado la cena y una nota indicando que llegarán tarde. Son las ocho y media. Cena. Cuando ha terminado, suena el teléfono.
¿Sí, dígame?, dice él al descolgarlo.
¿Están tus padres, chico?
No, no están.
¿No hay nadie contigo?
Bueno..., esto..., no...
Perfecto. Ahora voy, cabrón, se oye, antes de colgar.
Un nudo frío se forma en la garganta de Raúl, su oreja pegada todavía al helado auricular. Un desconocido le ha amenazado. Sin embargo, él no tiene enemigos; puede ser una estúpida broma. Aunque hay algo más: en su casa hay una pequeña joyería que llevan sus padres, y ése sería un buen motivo para que alguien viniera a robar. Acaban con él y se llevan las joyas. Es fácil.
Raúl siente miedo. Nota como si la muerte le hiciera burlas y le dijera: “Lo siento, es la hora”. No obstante, se arma de valor y comprende que tendrá que luchar a muerte si es preciso. Coge un gran cuchillo de cocina y espera sentado en el sofá. Espera, espera mucho.

Ha pasado una hora de la llamada y no ha sucedido nada. Empieza a pensar que, sin duda alguna, ha sido una broma. Se pone un disco para tranquilizarse, pero al poco lo quita; el sonido no le dejaría oír si llegan sus padres o si llega “alguien”. Tampoco pone la televisión por la misma razón. Hay un total silencio. Se escuchan solamente crujidos de cañerías y pisadas de pisos cercanos. Escuchar esto le pone nervioso. Habla consigo mismo para consolarse.
Según las otras muertes, él tiene que morir el mismo día que ha leído el billete. Según eso, tiene de vida hasta las doce como máximo.
Son las diez y cinco.
Piensa algo nuevamente: si el desconocido quiere robar, lo normal sería venir nada más llamar, ya que podrían llegar los padres o él podría llamar a la policía.
A estas horas no va a venir, se tranquiliza.
Piensa también en llamar a la policía, pero, ¿qué les iba a decir? ¿Que un idiota le dijo que ahora iba? No, es absurdo.
Dan las diez y media.
Comienza a leer un libro de misterio, pero al rato lo deja; no es que le tranquilice mucho. Está inmóvil en el sofá, con el cuchillo al alcance y en total silencio esperando. ¿Esperando el qué? Supone que esperando que den las doce o que vengan sus padres.
Dan las once.
Se le está haciendo eterna la noche. Qué lento pasa el tiempo cuando esperas que pase, y qué rápido pasa cuando no quieres que pase. Raúl se siente solo, terriblemente solo. Se lamenta, más que nunca, de no contar con un hermano, de no contar con una hermana.
Se asegura de los pestillos de la puerta, va a mirar si están cerradas las ventanas, baja las persianas y corre las cortinas. Se maldice por no haber pensado esto antes. “¿Lo tendré ya dentro?”, piensa. Y luego sonríe, sintiéndose en una situación ridícula. Sin embargo, todas las medidas son pocas. Piensa que no va a suceder nada, pero más vale prevenir, que hombre prevenido vale por dos.
Dan las once y media.
Selecciona objetos arrojadizos como ceniceros, vasos, botellas y una colección de fósiles. Los amontona sobre la mesa del salón.
No hace más que mirar el reloj de pared y ver cómo pasa el tiempo, que por cierto pasa muy despacio.
Ya son las doce menos cinco.
Deambula de un lado a otro. No puede estar quieto. No puede estar fijo en un sitio. Está en juego una cosa con la que no hay que jugar: la vida. Pero en cada minuto que pasa está más seguro de que la va a conservar.
Dan las doce. Suena el primer “nang” en el reloj.
Su sonrisa brota. Con cada campanada se está salvando su vida.
Cuando suena la duodécima campanada, lanza un grito de alegría que recorre todo el piso:
¡Estoy vivo!
Va a la cocina a beber algo. Hay que celebrarlo. Ha pasado el tiempo.
De pronto oye un ruido en la puerta.
Hombre, llegan los papás, se dice.
La puerta se abre de golpe, estrellándose contra la pared.
Raúl ha ido a ver a sus padres y sólo ve una silueta humana que se abalanza sobre él. Recuerda que el cuchillo está en el sofá; no lo va a poder coger. Recuerda también una cosa muy importante: el reloj adelanta unos minutos.


lunes, 25 de junio de 2012

RESEÑAS DE "LA MADRE DEL HÉROE" (16)

Reseña en polaco de "La madre del héroe" (OQO, 2011) en Polityka. Pl. Pongo el enlace a continuación:

http://komiks.blog.polityka.pl/2012/04/15/dobre-obrazki-dla-dzieciakow/

El libro está ilustrado por Marjorie Pourchet.

Hace unos días estuve contando "La madre del héroe" en el Colegio Cardenal Xavierre de Zaragoza.

Los alumnos representando el cuento de "La madre del héroe".

Brillante colofón del cuento en el que los alumnos cantan y bailan el tema de "La madre del héroe". 

Podéis ver más fotos y un comentario de la actividad en el blog del Ampa del Colegio Cardenal Xavierre:


En la fotografía, Ángel Vergara y Roberto Malo, miembros del Grupo Galeón, representando el cuento de "La madre del héroe" en la Biblioteca de Aragón.

Asimismo, Maite Diloy me ha entrevistado en el programa de radio Vamos con los libros. Pongo la entrevista a continuación:

 

domingo, 17 de junio de 2012

EL FIN DE LA FELICIDAD





“No es que llore, es tu ausencia que me empapa”.

                                                               Javier Krahe

I
-No te vayas –le dije.
Pero se fue.
-¿Me vas a dejar solo? –le pregunté con una sonrisa mientras la despedía en el aeropuerto.
Sí, me iba a quedar muy solo. Más de lo que imaginaba.
Ella se marchaba a Roma, a estudiar italiano, y se iba para un mes. Llevábamos saliendo cuatro años y era la primera vez que nos íbamos a separar durante tanto tiempo. Desde luego, no iba a ser fácil para ninguno de los dos, pero, como ella estaba acabando la carrera, era seguramente el último verano que se podría permitir el viajar y estudiar, así que no se lo pensó demasiado. Según ella, era el momento oportuno. Aunque, en realidad, tal y como fueron las cosas, quizás no fuera el momento más oportuno. Pero me estoy adelantando. Comencemos de nuevo. Comencemos por el principio.


Dios creó el Universo, un montón de planetas y un sinfín de cosas, pero un buen día se superó a sí mismo y creó a Natalia, la mujer más maravillosa del mundo. En cuanto la conocí en la piscina, sentada al sol con un bañador rojo minúsculo, supe que me moriría sin remedio si no salía con ella, así que me lancé en plancha a su lado, haciendo el payaso durante más de cinco horas.
-¿Sabes? –me dijo-, contigo nunca me aburriría.
Y nos besamos.
Y empezamos a salir.


Ella hacía Letras. Yo hacía Ciencias. Y los dos hacíamos el amor, sin parar. Estábamos en la edad. La edad de la felicidad.
-En las islas de tus ojos me gustaría perderme –le decía yo.
-Eres el wonderbra de mi sonrisa –me decía ella.
Siempre estábamos diciéndonos cosas bonitas. Y ella era la cosa más bonita del mundo.
Estaba loco por Natalia, por completo. La quería, la amaba, la adoraba. Ella era todo para mí, todo. Soñaba con ella. Vivía para ella. Respiraba por ella.
-A veces me asusto de lo mucho que te quiero –le dije un día.
Y así era.


Nos veíamos a todas horas. Íbamos juntos a todas partes. Cines, conciertos, exposiciones... Éramos toda UNA PAREJA, así, con mayúsculas. Increíblemente, todo marchaba de maravilla. Hasta nuestros padres estaban encantados con nuestra relación.
Pasó el tiempo –ella estudió Turismo, yo estudié Veterinaria- y cada año que pasaba nuestro amor aumentaba. Realizamos viajes, fiestas, promesas... Nuestra relación –de ya cuatro años- se afianzaba día a día.
Sin embargo, como decía antes, un mal día ella se tuvo que ir de viaje a Roma, así que la despedí en el aeropuerto y se fue.
Y se fue.


Me llamó al poco de llegar a Roma.
-Mi amor, esta ciudad es increíble –me dijo-. Es preciosa, la cosa más bonita del mundo.
-Eh, ésa eres tú –le corregí.
Dos días después, me comentó ilusionada:
-Me estoy enamorando de esta ciudad. Es una barbaridad.
-Eh, no te enamores de otra –le recriminé.
Me llamaba todos los días. Sin embargo, un día no me llamó. En su lugar me llamó su madre, llorando, y me dio la trágica noticia: Natalia había muerto. Mi vida había muerto.


Natalia había sido atropellada por un hijoputa automovilista. Había sido arrollada por un desgraciado. En cuestión de un segundo, todo se derrumbó. Todo se acabó. Con un golpe seco y un rechinar de frenos. Así, sin más. El azar, supongo, el puto azar.
Algo se rompió dentro de mí. Algo dejó de latir. Para cuando la enterraron, yo también me sentía muerto. Tan muerto como ella.
Caí en un callejón sin salida; alcohol, depresión, rabia, frustración... Quise dejar la carrera, las ilusiones que tenía, las ganas de vivir... Sin embargo, no lo hice. Algo me retenía a la insulsa vida. A la vida sin Natalia. Me parecía inconcebible, pero ahí estaba, sin ella, sin la mujer de mi vida, sin la mujer de mis sueños.
La verdad es que ante mi infortunio mi familia se volcó conmigo. Y los amigos también. Excepto la vida, todo el mundo se portó de maravilla conmigo.


II

Meses después, qué remedio, seguí estudiando, seguí saliendo por ahí, seguí viviendo... de alguna manera. Algunos de mis amigos me animaban a que me echara novia, pero yo, sencillamente, no podía. Seguía pensando en Natalia. Seguía soñando con Natalia. Pensaba que ella era irreemplazable, insustituible.
Enmarqué un par de fotos suyas e hice un álbum con sus mejores fotografías, ordenándolas cronológicamente, según mis recuerdos. Era, supongo, un vano intento de revivir lo vivido, un vano intento de verla de alguna manera a mi lado. No lo podía remediar. Me había dejado un vacío que nadie podía llenar. O al menos eso creía. La verdad es que me había convertido en un autómata, en un robot insensible. Sólo deseaba que el paso del tiempo me ayudara a superarlo... de alguna manera.
Sin embargo, cuando casi se cumplía un año de la muerte de Natalia, la volví a ver.


Estaba viendo la televisión; una película policíaca. Al llegar los anuncios, decidí hacer zapping, mecánicamente. El azar me llevó a una cadena en la que echaban un documental sobre Italia. Lo dejé, por dejar algo. Hablaban de Florencia. Se veía una ciudad muy interesante, pero realmente no le prestaba mucha atención. De hecho, cuando saltaron de Florencia a Roma casi ni me enteré. “Roma”, escuché de pronto, y di un bote. Pero no cambié de canal. Era estúpido hacerlo o así me pareció en ese momento. Roma. La ciudad en la que había muerto mi amor. “Veámosla”, pensé con amargura. El Foro, el Vaticano, el Coliseo... Lo cierto es que se veía impresionante, monumental. Qué triste que hubiera muerto en un sitio tan hermoso. En esos momentos pensaba en Natalia, claro, era difícil no hacerlo. Y como si al pensar en ella la hubiera invocado, apareció de pronto. Mi corazón se detuvo en seco; me quedé sin respiración. Se veía la Fontana di Trevi, y ella estaba allí, ella, sentada, sonriente, lanzando una moneda hacia atrás. Incluso ralentizaron la imagen de mi chica arrojando la moneda en la fuente. Para mí, el tiempo real también se detuvo. El locutor ilustraba la imagen comentando la tradición de arrojar monedas para regresar a la ciudad, pero yo apenas pude escucharle. Los sonidos habían desaparecido de repente. La imagen de mi amor llenaba todos mis sentidos. Mi amor, en la televisión, sonriente, llena de vida. Ella, claramente, sin ninguna duda. Ella, mi vida, con su vestido naranja. Un vestido que me encantaba. Sin embargo, un segundo después la imagen cambió, Natalia desapareció y apareció la Piazza Navona. Yo entonces jadeé, volví a respirar y rompí a llorar como un niño pequeño.


La madre de Natalia me llamó poco después. Ella también la había visto en la televisión. También había llorado; de hecho, todavía lo estaba haciendo.
-Qué guapa estaba, ¿verdad? –señaló entre sollozos.
-Sí, preciosa.
Comentamos la dolorosa casualidad de que la hubieran grabado, sin duda alguna, poco antes de su accidente mortal. Había sido todo un shock emocional; verla viva, feliz.
También comentamos que la próxima semana se cumplía un año de su muerte. Un año ya. Era como si la televisión nos lo hubiese recordado. Como si, por otra parte, hiciera falta que nos lo recordaran...


En la misa por Natalia sentí que la volvíamos a enterrar, que ella tenía como un segundo funeral, más calmado e íntimo que el primero, pero más auténtico y real.
Al regresar a casa, junto a mi familia, sonó el teléfono.
-¿Sí? –dije tras descolgar.
-...
-¿Sí?
Silencio.
-¿Diga?
Nada.
Cuando ya pensaba en colgar, creí escuchar un leve murmullo al otro lado de la línea. Sí, se escuchaban unas voces al otro lado, pero algo lejanas, como si estuvieran lejos del teléfono, como si alguien hubiera abandonado el teléfono de una cabina, dejándolo descolgado, y se escucharan retazos de conversaciones de viandantes que pasaran por allí cerca. Agucé el oído intentando captar alguna frase suelta. Y distinguí varias palabras en italiano. ¡En italiano! Un sudor frío me cubrió la nuca. Escuché más frases, con total claridad, pues alguien gritaba... en italiano. ¿Quién me llamaba desde Italia? Porque se trataba de Italia, sin ninguna duda.
-¿Eres tú, Natalia? –pregunté como un bobo.
Nadie respondió, pero yo sentí su presencia al otro lado de la línea. Sí, la sentí, no sé cómo.
Clic.
-Natalia..., ¿eres tú? –dije al vacío.
Fuera quien fuese, había colgado.


-¿Quién era? –me dijo mi hermano preocupado al verme sumido en la perplejidad.
-Creo que Natalia –respondí.
Mi hermano frunció el ceño.
-Está en Roma –aclaré-. Ha vuelto allí.
-¿Qué estás diciendo?
-Está en Roma –repetí-. Quizás no pueda volver.
Mi hermano suspiró.
-O tal vez sólo haya llamado para intentar despedirse –pensé.
-Claro –asintió mi hermano, apenado.
Me dio una palmada en la espalda y me dejó con mi turbación.


¿Estaba loco? No. Me había llamado Natalia, me había llamado una persona ciertamente muerta. Desde el lugar que había muerto, para más inri. ¿Me volvería a llamar? ¿Y para qué me había llamado? ¿Y qué podía hacer yo? ¿Qué debía hacer? ¿Desconfiar de mis sentidos tal vez? No, de ninguna manera. La había sentido al otro lado, la había sentido perfectamente. Era ella pero ¿desde el otro mundo? No creo. A no ser que el otro mundo sea Roma. Todos los caminos conducen a Roma o, por lo menos, eso dicen. ¿Tendría que recorrer ese camino? Si estaba Natalia allí, yo tendría que estar allí, ¿no?, con ella. Era lo más natural en una pareja. Una pareja. ¿Estaba loco?


-¿No sales? –me dijo mi padre.
Llevaba varios días sin salir de casa. Y me empezaba a subir por las paredes.
-Espero una llamada –le expliqué.
-¿Tan importante es?
-Creo que sí.
-Está bien. Tú verás. Pero tendrás que salir.
-Esperaré –me repetí a mí mismo.
Sin embargo, no podía esperar eternamente. Me estaba volviendo loco, mirando el teléfono todo el día y esperando una llamada de una persona muerta. Si no estaba loco a estas alturas, desde luego me volvería muy pronto.
Decidí dejar de esperar. Decidí hacer lo que me pedía el corazón. Seguramente, una locura en toda regla, a lo grande.
-Me voy a Roma –le anuncié a mi padre.
-¿A Roma? ¿Por qué?
-Tengo que ir –dije sucintamente.
Explicar el motivo del viaje no hubiera tranquilizado a mis padres, pero estaba claro que se olían algo raro.


-¿Por qué quieres ir? –insistió mi padre.
-Siempre he querido ir a Roma.
-¿Por qué no fuiste entonces con Natalia?
Nada más hacer la pregunta, noté que mi padre se arrepentía.
-Lo siento –se apresuró a decir.
-No. Tienes razón. Tenía que haber ido con ella –me lamenté-. Pero  no tenía dinero, ella iba a practicar el italiano; y claro, conmigo...
-No fue culpa tuya –dijo mi padre-. No te culpes.
-Lo sé –asentí-. Pero quiero... No sé lo que quiero. Pero creo que debo ir a Roma... Y no temas, papá, yo volveré.
-Eso espero –dijo mi padre-. ¿No irás en busca de venganza, verdad?
-¿Venganza? –No entendía.
-El conductor del coche. ¿No irás a por él, verdad?
-No, claro que no.
Ni se me había pasado por la cabeza.
-Que así sea –sentenció.

III
Me compré un librito titulado “¿Quiere usted saber italiano en diez días?”. Me compré también una pequeña maleta de viaje.
Al día siguiente, volaba hacia Roma. ¿Qué esperaba encontrar allí? ¿Respuestas? ¿A Natalia? No tenía ni idea, la verdad, pero sabía que tenía que ir. Algo me decía que tenía que ir.
El enorme avión de la THAI surcaba el cielo azul. Al lado de una ventanilla, mi mente volaba también. Pensaba en Natalia, en que de alguna manera yo seguía sus pasos. ¿Seguía un fantasma? ¿Una quimera? No tenía ni idea. Pero ahí estaba. Me sentía extraño. Me sentía un poco estúpido, a decir verdad. Volaba hacia Roma. Volaba hacia la ciudad donde había muerto mi vida.
Una azafata con uniforme morado me tendió la bandeja con la comida. Al tomarla, observé distraído el rostro de la azafata y casi di un respingo. Era terriblemente parecida a Natalia. Un calco de Natalia. ¿Me estaba volviendo loco? ¿Estaba delirando? La volví a mirar, preocupado por el estado de mi salud mental. Bueno, la azafata tenía el pelo parecido y los rasgos de la cara eran semejantes, pero no, no era ella, por supuesto. Era más baja y algo más gorda.
Suspiré e intenté relajarme. Estaba muy tenso, eso era todo.


Sin embargo, el viaje se pasó volando (como todos los que son en avión) y pronto aterrizamos en el aeropuerto Fiumicino.
Había llegado a Roma.
Hacía un solazo estupendo. Al bajar por la escalerilla y llegar al suelo me sentí por un instante como el Papa y dudé entre besar el asfalto o santiguarme, pero no hice ninguna de las dos cosas. Me encaminé directamente hacia la salida del aeropuerto.
Llevaba encima la dirección en la que se había alojado Natalia al venir a Roma el año pasado. También llevaba dos fotografías de Natalia. Eso era lo único que tenía. Mi único plan. Ir allí y preguntar por ella. Después, improvisar sobre la marcha. El plan de un genio, sin duda alguna.
Tomé el tren que me llevaba al centro de la ciudad, a la estación Termini. Allí tomé un taxi (un día es un día) y le di al taxista la dirección del piso que Natalia había compartido con una española y dos italianos o, al menos, eso creía recordar.
Por la ventanilla observaba las animadas calles y las gentes alegres. Me costaba verla como una ciudad asesina. Más bien, parecía una ciudad ideal para vivir. ¿Una ciudad ideal para revivir?
-Vía dei Capocci 32 –dijo el taxista al llegar.


Observé la calle y el edificio naranja. Un bonito lugar, desde luego. Consulté la dirección. Se trataba del segundo piso. Traspasé el portal y subí por las escaleras. Todavía llevaba encima mi maleta. Ya buscaría después algún sitio donde alojarme.
Llegué ante la puerta marrón del segundo piso. Miré el reloj: eran las seis de la tarde. Suspiré y saqué una fotografía de Natalia. Desde la foto, ella me sonrió. Pulsé el timbre de la puerta y llamé también con la mano, para dar confianza. Poco después, la puerta se abrió y apareció un chico joven. Me miró con el ceño fruncido.
-Eh, hola –atiné-. ¿Conoces a esta chica? -le tendí la foto.
Tomó la foto y la observó largamente.
-No.
-Es española –apunté-. Yo soy español.
-Yo también –sonrió.
-¿Sí? ¿Cuánto tiempo llevas aquí?
-Diez días.
-Entiendo. Perdona, ¿hay alguien en el piso que lleve más tiempo?
-Sí –asintió pensativo-. Clara lleva dos meses.
-Clara –repetí-. ¿Es la que más tiempo lleva?
-Sí. Y es española también.
-¿Hay algún italiano?
-No.
-¿Y en el edificio?
-Sí, claro –sonrió-. Muchos vecinos son italianos.
-Estudiantes.
-Sí, casi todos son estudiantes.
-Gracias entonces. Voy a preguntarles a ver.
-Suerte.


Pero no hubo suerte. A nadie del edificio le sonaba la fotografía de Natalia. Y para que un italiano no recuerde una mujer... Pero, claro, muchos llevaban poco tiempo en la ciudad. Ella había estado hacía ya un año y solamente unos pocos días. Aunque la hubieran visto entonces, ¿la recordarían? Y aunque la recordaran, eso no me servía de nada. Lo que yo quería averiguar era si la habían visto ahora. Y ahora, si no me habían mentido, no la habían visto. Bueno, a lo mejor desconfiaban de mí; debía de parecer un policía desesperado, un detective chapucero y aficionado. Pero no me dio la impresión de que me mintieran.
El caso es que ella ya no estaba donde había estado hace un año. ¿Cómo había llegado a pensar que ella pudiera estar aquí? Me dieron ganas de dar media vuelta y volver a España antes de hacer más el ridículo. En vez de eso saqué mi guía de Roma y busqué las direcciones de pensiones y hostales cercanos.


Encontré habitación en un hotel de una estrella situado en la vía Cavour. Abrí mi maleta y repartí mis pocos enseres por la habitación. Después me di una ducha, me vestí con ropa limpia y me lancé a la calle, de búsqueda.
Mis ojos iban de lado a lado, acechantes. Sabía bien lo que buscaba, pero era extraño pensarlo. Buscaba una persona muerta. ¿Buscaba mi muerte? ¿Buscaba la muerte de un recuerdo? ¿Buscaba una nueva vida para mí? ¿Buscaba ingresar en un manicomio? Para esto último tenía todas las papeletas, desde luego.


Ya era de noche. Las negras aguas del Tíber reflejaban mi desolación. Me encontraba bastante cansado de dar vueltas y más vueltas como un zombi aturdido. Decidí por hacer algo que era ya momento de cenar. Así que me comí un trozo de pizza mientras paseaba por la Piazza San Calisto; después me tomé un helado riquísimo y llegué a la Fontana di Trevi.
Me detuve en seco, a unos metros de la fuente iluminada. Allí era donde había visto a Natalia por última vez, en la televisión. Me acerqué algo titubeante. Había varios turistas japoneses echando fotos sin parar. Y no era para menos. La fuente resultaba impresionante de noche; Océano y su corte acogían los flashes con majestuosa serenidad.
Observé el fondo de la fuente; estaba lleno de monedas de todos los tamaños. Observé sus aguas. ¿Serían acaso milagrosas y habrían conseguido que volviera Natalia a la ciudad aun estando muerta? Sí, ese extraño pensamiento me vino a la mente. ¿Me estaba volviendo loco? Sin duda alguna. Pero otro extraño pensamiento me vino a continuación a la mente. Natalia y yo habíamos formado una pareja inseparable, como una entidad, como una sola persona con dos cabezas, con dos cuerpos. Como se suele decir, ella había sido mi media naranja. ¿Podría ser que, al echar ella la moneda en las aguas milagrosas, su otra media naranja, o sea, yo, se viera impelida a regresar en representación de los dos? Era una locura, desde luego. Pero el caso es que aquí estaba, siguiendo los pasos de mi amor. ¿Debería seguirla en todo? ¿Debería echar una moneda a las aguas? ¿Debería matarme a continuación? ¿Me encontraría así con ella? Si su fantasma había sido confinado a la ciudad en la que había muerto, ¿debería confinarme yo también? Pero ¿qué estaba pensando? ¿Es que estaba como un cencerro? Por supuesto que no me iba a matar. Además, por otro lado, me encontraba muy a gusto: Roma era una ciudad muy hermosa. Y la había conocido gracias a Natalia. Como tantas cosas, se lo debía a ella. “Gracias, amor”, pensé. Gracias por enseñarme esto también.
Sí, ella me había enseñado miles de cosas. Miles de cosas maravillosas. Roma había sido tal vez lo último. Y ahora –ahora me daba cuenta- yo tenía que aprender por mí mismo sólo una cosa: a vivir sin Natalia, sólo con su recuerdo.
Saqué una moneda y la miré pensativo. “Hasta siempre, amor”, pensé para mis adentros. Me di la vuelta, de espaldas a la fuente, y lancé la moneda. Giré mi cabeza levemente y observé a cámara lenta cómo caía la moneda sobre las aguas. Por un instante me pareció apreciar que las monedas del fondo formaban un elaborado dibujo: un rostro humano, de mujer. Pero no silueteaban un simple rostro femenino: retrataban el bellísimo rostro de Natalia, sí, ahí estaba Natalia, con una precisión abrumadora. Y al caer la moneda sobre las que formaban su ojo derecho, brilló al unirse con ellas con un destello fugaz, como si Natalia me hubiera guiñado un ojo.
Mis ojos le devolvieron el guiño, con lágrimas en las que se mezclaban demasiados sentimientos.



jueves, 14 de junio de 2012

RESEÑAS DE "LA MADRE DEL HÉROE" (15)

Reseña en polaco de "La madre del héroe" (OQO, 2011) en Ryms. Pongo el enlace a continuación:

http://ryms.pl/ksiazka_szczegoly/1005/mama-bohatera.html

El libro está ilustrado por Marjorie Pourchet.

La portada en polaco.

"La madre del héroe" es uno de los 10 libros escogidos por los libreros del Club Kirico entre los títulos publicados en 2011, dirigidos a lectores de 6 a 8 años. Textos ricos con ilustraciones jugosas que dejan buen sabor y animan a estos "aprendices de lectores" a seguir probando.

Hace unos días estuve trabajando "La madre del héroe" con chavales de 3º y 4º de Primaria del Colegio Cardenal Xavierre.

Los alumnos representando el cuento de "La madre del héroe".

Otro momento de la representación.

Saludando la improvisada compañía y recibiendo una merecida ovación.

En la fotografía, María José Menal, Roberto Malo y Ángel Vergara, miembros del Grupo Galeón, representando "La madre del héroe" en la Biblioteca de Aragón.


lunes, 11 de junio de 2012

FOTOS DE LA FERIA DEL LIBRO DE ZARAGOZA


Se acabó la Feria del Libro de Zaragoza. Veamos algunas imágenes. En la fotografía, Roberto Malo y David González en la caseta de Nalvay. La fotografía es obra de Vicente Almazán; pongo el enlace de la entrada de su excelente blog donde aparece:


 En la fotografía, dos personajes de la Feria: Bat Pat y Xcar Malavida.

En la fotografía, Roberto Malo e Irene Pina.

En la caseta de Nalvay, Roberto Malo, Blanca Bk y David González.

En la fotografía, Roberto Malo y David Guirao.

En la foto, Marta Navarro, Roberto Malo y Chesús Yuste.

En la imagen, Santiago Gascón y Roberto Malo, que compartieron escenario en las Lecturas de humor en el Juan Sebastián Bar.

En la fotografía, Unai Herrán y Roberto Malo.

 En la fotografía, María José Jiménez y Roberto Malo.

En la foto, Roberto Malo y Josema Carrasco.

En la caseta de Librería París, Roberto Malo y Conchita Mocé.

En la caseta de Mira, Óscar Bribián, David Jasso, José María Tamparillas, Fernando García y Roberto Malo.

En la imagen, Roberto Malo, Óscar Bribián, José María Tamparillas, David Jasso, Fernando Martínez y David Rozas.

Firmando David Jasso y Roberto Malo, que compartieron escenario en las lecturas de "La Feria, punto y aparte" en El Refugio del Crápula.

En la imagen, José María Tamparillas, David Jasso, Roberto Malo y Óscar Bribián presentando la antología "Insomnia, relatos para no dormir" (Grupo Ajec) en el Patio del edificio de Capitanía.

Breve entrevista y reportaje de la presentación del libro en El Periódico de Aragón:


En la fotografía, Javier López Clemente y Roberto Malo. Por cierto, Javier López Clemente realizó una excelente crónica de la presentación en su blog:


En la imagen, Roberto Malo y Santiago García Soláns.

En la fotografía, Roberto Malo e Ignacio Ochoa.

Firmando. Que pese a la crisis, se firmó bastante.

En la foto, Pedro Popker, Roberto Malo y Andrea Sanz.

Y para acabar, Nacho Escuín, Roberto Malo y Almudena Vidorreta en la caseta de Eclipsados. Mil gracias a todos por pasaros; han sido unos días estupendos. ¡Hasta la próxima!


jueves, 7 de junio de 2012

GALEÓN EN ÁMBITO CULTURAL

CUENTACUENTOS DEL GRUPO GALEÓN
Viernes 8 de Junio
18:30 horas
SALA ÁMBITO CULTURAL
El Corte Inglés (Independencia, 2ª Planta)
Zaragoza

En la fotografía, María José Menal y Roberto Malo, miembros del Grupo Galeón, representando el cuento de "La madre del héroe".

¡Nos vemos!